dilluns, 21 de setembre del 2015

"Empastillados"

El TDAH como dispositivo gubernamental

En los últimos años hemos podido observar un notable incremento de los niños y niñas diagnosticados de TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad).  Los diferentes agentes que configuran esta realidad, además de los propios niños, no se encuentran simplemente en las aulas, como serían los profesores, sino desde sus familias a profesionales como los psicólogos, pedagogos, psiquiatras, médicos, etc. Todos estos actores representan a un seguido de disciplinas que han construido conceptualizaciones y sentidos sobre las conductas de los niños y niñas estableciendo una determinada normatividad sobre ésta (Leavy P., 2013). Por lo que a esto refiere, en la modernidad occidental, distintos saberes científicos han jugado un papel fundamental en la creación de representaciones sobre la infancia donde se determinan las conductas definidas como ideales o esperables de los niños y niñas en la escuela, que dotan de sentido las significaciones de los adultos y otorgan legitimidad a un seguido de abordajes a niños con unas necesidades especiales en el aula, de los cuales hablaremos posteriormente.

Por un lado, siguiendo por esta línea, entendiendo la niñez como un producto de procesos históricos, las nociones de un adecuado crecimiento y desarrollo vienen establecidas por un seguido de subjetividades adultas que han dictaminado que es esperable o no en una conducta infantil para la concreción de una vida socialmente aceptada. Como bien se expresa en el texto de Leavy:“al concebirse como metáfora de futuro (Jenks, 1996) la niñez adquiere una serie de significados, como el de maleabilidad o el de debilidad, que justifica su tutela”, la cual viene dada por los agentes anteriormente dichos.

Retomando el concepto de normatividad, al establecer unas pautas de conductas “ideales” en la infancia se encuentran inherentes las conductas “diferentes”, las que hay que moldear para un “buen crecimiento y desarrollo”. En los últimos años, uno de los dispositivos gubernamentales para la regulación de dichas conductas ajenas a la norma, y su consecuente patologización, ha sido el ya mencionado TDAH. La etiología de dicha patología es desconocida, abriendo el campo a la especulación de los factores que intervienen en el mismo y que influyen decisivamente en su tratamiento. Entre los posibles se han citado causas ambientales, dietéticas, diferencias psicológicas individuales, iatrogenia e incluso factores pre y perinatales (Saiz Fernández, L.C., 2013). No obstante, el discurso científico imperante, basado en un modelo biologicista extremo como bien expresa Tizón en su entrevista para el documental Empastillats, considera todos esos factores como secundarios de la principal explicación con raíz neurobiológica. Aquí los verdaderos protagonistas son el desequilibrio químico de neurotransmisores, el componente genético y las pruebas proporcionadas por la tecnología de neuroimagen, los resultados de cuyas investigaciones para probar su clara etiología en relación al TDAH no han sido, en ninguno de los casos, concluyentes. Aun así, esta visión conducirá a la práctica de medicalización del cuadro clínico como respuesta principal en la mayoría de casos, ya que está legitimado por el modelo científico.

Por lo que hace al desequilibrio químico, concretamente, nos sirve de buen ejemplo para empezar un análisis acerca de cómo se han ido configurando las mencionadas conductas infantiles normativas y a su vez, curiosamente, ha ido variando el diagnóstico del TDAH y la comercialización de nuevos fármacos. Primero llegaron los psicoestimulantes modificando el patrón de conducta de los niños hipercinéticos y ha sido a posteriori cuando se está tratando de explicar la dinámica del trastorno en función de dichas sustancias (Saiz Fernández, L.C., 2013). Ante esto cabe decir que, el manual de diagnóstico más utilizado para las enfermedades mentales  es el DSM (Manual  Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales) apadrinado por la Asociación Americana de Psquiquiatría (APA), en diferencia al CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades) auspiciada por la OMS (Organización Mundial de la Salud). En las diferentes ediciones del DSM, en los cuales se desarrollan los criterios diagnósticos del TDAH, entre otros, hemos ido observando un seguido de variaciones inconsistentes en dichos criterios: una mayor relevancia al síntoma  frente a la disfunción clínicamente significativa en la esfera social, edad flexible para el inicio de los síntomas, menor número de síntomas para diagnosticar, ampliación en el abanico de las comorbilidades, y una pobre fiabilidad de las escalas diagnósticas. Todo ello dando pie a una reafirmación de la tendencia actual, en palabras de Tizon,  de encontrar un síntoma, para un síndrome,que se palía con una medicación especifica. A todo ello, es necesario añadir un dato curioso: la mitad del grupo de la APA encargado de su redacción presenta conflictos de interés muy relevantes en torno a la industria farmacéutica, la cual fomenta la tendencia actual de la medicalización sintomatológica.

Con todo esto, nos gustaría poner especial énfasis, en que debería haber un replanteamiento de la situación que, por un lado, no debería desmantelar la industria farmacéutica por lo que hace el abordaje de algunos diagnósticos específicos en determinados niveles, en los cuales ahora no se entrará en detalle. Pero, por el contrario, se debería analizar con cautela qué dispositivos se encargan de nuestra salud y sus posibles vinculaciones con el Big Pharma, el propósito del cual es vender sus fármacos a toda costa.
Todo lo descrito anteriormente tiene unas implicaciones sociales de gran importancia.Primeramente, la normalización de unas determinadas pautas de conductas “ideales” frente a una patologización de cualquier expresión  que se aleje de dicha norma, está claramente bajo un objetivo de alto control social. A través del alcance de dicho objetivo mediante el imperante discurso médico,se homogeneiza a las personas tratando farmacológicamente la patologización de su vida cotidiana, con la intención de generar individuos felices y que rindan por su autonomía. Por añadidura, mencionar que estamos en una sociedad con una baja tolerancia a trabajar las expresiones emocionales negativas de la población, escondiéndolas así, como ya hemos mencionado, bajo  fármacos y de manera individual. Proponemos un planteamiento de las dificultades de manera contextual y abarcarlas de una manera sistémica plantando realmente cual es la raíz de la problemática. Siguiendo la línea que plantea Tizón, apostamos por una asistencia integral, rehuyendo de la tendencia actual, y actuar bajo un modelo de red que incluya actividades comunitarias, psicoterapias, intervención con las familias, etc. Con todo ello, como bien se afirma en el documental, podríamos abarcar a una multitud de problemas, incluido el TDAH, sin la necesidad de recurrir en exceso a la medicalización y las consecuencias terribles en la salud, y en otros ámbitos, que esto conlleva. Por lo que hace concretamente al TDAH, se replantearían los criterios y el sobrediagnóstico que se está llevando a cabo, eliminando el gran estigma que esto comporta.




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