La mentira
del que narra, la verdad del expectante,
que es de
sus propios pe(n)sares la razón de su existencia.
Persiguiendo
siempre a algo que se le escapa de las manos
como ave
fugitiva, que dispuesta no está a morir de frío.
El calor de
los momentos
se esfuma
antes de por un segundo hacerse eterno,
y va dejando
rastros de cemento,
esculturas
perfectas de fragmentos.
Cambiando
de planes, en constante movimiento.
No sé si
los despertares son superfluos,
eso
mantiene la excusa,
y también
al hombre hambriento.
El
beneficio de la duda,
no lo cruel
va a ser eterno,
tampoco el
placer de la acuarela
meciendo
palabras al vaivén de las olas.
Tan solo
queda espacio para remover las brumas,
emerger de
las cenizas
y soplarlas
al viento;
que es
letargo.
Con las
alas, pues, del llanto de la risa
se subleva
la verdad,
bajo el
manto de unas luces escondida,
la
inmediatez de las caricias de la calle y de la brisa.
No podemos
huir,
la realidad
nos encontró,
pero como
en todo teatro también
es un
recurso una bajada de telón.
Bébete mis
manos, y salgamos a encontrar,
esa verdad en las farolas, en mis ojos o en el
mar.
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