dimarts, 26 d’abril del 2016

Brumas.

La mentira del que narra, la verdad del expectante,
que es de sus propios pe(n)sares la razón de su existencia.
Persiguiendo siempre a algo que se le escapa de las manos
como ave fugitiva, que dispuesta no está a morir de frío.


El calor de los momentos  
se esfuma antes de por un segundo hacerse eterno,  
y va dejando rastros de cemento,
esculturas perfectas de fragmentos.

Cambiando de planes, en constante movimiento.
No sé si los despertares son superfluos,
eso mantiene la excusa,
y también al hombre hambriento.

El beneficio de la duda,
no lo cruel va a ser eterno,
tampoco el placer de la acuarela
meciendo palabras al vaivén de las olas.

Tan solo queda espacio para remover las brumas,
emerger de las cenizas
y soplarlas al viento;
que es letargo. 


Con las alas, pues, del llanto de la risa
se subleva la verdad,
bajo el manto de unas luces escondida,
la inmediatez de las caricias de la calle y de la brisa.

No podemos huir,
la realidad nos encontró,
pero como en todo teatro también
es un recurso una bajada de telón.

Bébete mis manos, y salgamos a encontrar,
esa verdad en las farolas, en mis ojos o en el mar.


Abuela Mercedes. 2014
"Unas manos que vibraron de melancolía y de sentimiento cuando hicieron trizas con el martillo la boca del amorcillo del estanque una noche cálida en que le pareció que se volvía loca... Fue un sentimiento tenue que murió dentro del viento, como el sonido de un cuerno de caza, y sus manos se abrieron como una virgen a punto de ser desflorada y se cerraron como un agonizante que ha aceptado su muerte.[...] Por la noche, esas manos acariciaban las letras bordadas de sus sábanas y pretendían, por la maňana, cazar las motas de polvo que se colaban por las rendijas de los postigos, las motas de polvo que entraban en su habitación en forma de rayos de sol."

Tiempo de cerezas, Montserrat Roig


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