Una vez ya quebrada la palabra,
queda el desasosiego, en mirar la nubes
y pasar la horas,
pensando en aquellas voces
que aún despiertan fuego entre
cenizas.
Cavilaciones entre sones,
que hubieron durante largas noches,
entre húmedos deseos de
tocarnos con los más sutiles versos.
Cada línea de un tintero,
como savia que recorre mi jardín,
son mis dedos deslizándose,
entre tus mil formas de latir.
Caen los párpados en descanso,
tras recorrer con la retina tu cuerpo
en lejanía.
Allí donde a mi me gusta,
donde puedo pensar en él; ansiándolo
por no tener.
¿Y si es por tu alma mi deseo,
metáfora de un ancla que no puede
amarrarse?
En cada puerto no existe arena,
que ponga freno al anhelo.
Todo es como el juego efímero de los
besos
cuando te tocan; ya no los quiero.
Porque al final uno busca lo que no
tiene Final:
la eterna búsqueda con la que no
quiere hallar,
más que el sentido de sólo existir,
sin preguntar,
pero si encontrar respuestas:
estamos aquí para mirarnos.
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